Seis ruedas.
Por aquel entonces
pasaban por mi despacho unas cuatrocientas personas al día. Sobre
seis ruedas estaba mi oficina que no contaba con escritorio, era yo
guarda de ómnibus.
Mis tareas, vender boletos y atender las
puertas, entre otras, esas las mas importantes. Era un día mas y no
recuerdo que linea cubría pero si sé que estábamos llegando a
plaza libertad.
La planilla pronta
con todos los boletos registrados en sus correspondientes etapas, los
paquetes de monedas también y un resto para dar cambio.
Me podía permitir
ir mirando al frente y el brazo por fuera de la ventanilla, muy
relajado. Llegando a la parada me pareció verlo pero no estaba
seguro. El también me miró, yo casi lo reconozco y el no tenia
porqué saber de mi.
No me animé a
saludarlo, no quise molestarlo, invadirlo. Para él yo era solo
alguien mas, cualquiera.
Nunca pudo haber
adivinado que había leído la mayoría de sus libros y que sus
memorias del fuego eran también mías, tampoco supo que nunca leí
sobre venas abiertas y mucho menos que entendía perfectamente que
estuviera arrepentido de haberla escrito.
No lo saludé al
pasar porque puede estar seguro que era él cuando ya era tarde.
Tiempo después lo escuche decir que la gente no lo reconocía por la
calle. No lo dijo como una queja sino mas bien como una observación
jocosa. Entendí aquella mirada que cruzamos.
Este recuerdo a
estado conmigo durante años, como tantos otros en los que no me
animé a vivir en libertad.
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